«La irrupción de las redes sociales, la forma de comunicarse entre personas del siglo XXI, en nuestras vidas, ha supuesto una mayor agilidad, rapidez y eficacia en la comunicación, pero también trae consigo nuevos delitos.»
Primer detenido por la violencia vertida en la red social Twitter con motivo del extraño asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco. El joven valenciano, 19 primaveras contemplan a este violento producto de la LOGSE sin romanizar, ha pasado ya a disposición judicial y en breve estará de vuelta en casa. Y es que la legislación, obra de nuestros políticos, empeñados en defender a los delincuentes y despreciar a sus víctimas, no da para más. Pero está bien que algunos se empiecen a enterar de que el anonimato en la red no es más que un espejismo y que el delincuente puede ser inmediatamente localizado por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Si ello no sucede en mayor número de ocasiones es en parte debido a la desidia de la judicatura, en cuyas sedes duermen el sueño de los injustos numerosas denuncias.
La irrupción de las redes sociales, la forma de comunicarse entre personas del siglo XXI, en nuestras vidas, ha supuesto una mayor agilidad, rapidez y eficacia en la comunicación, pero también trae consigo, como todo avance tecnológico, nuevos comportamientos. Y nuevos delitos.
Así, sucede que niños que aún apenas han entrado en la adolescencia, participan en redes sociales de novísima creación y se exponen diariamente, con esa ingenuidad y candidez tan propia de un niño con ganas de ser adulto, a diversos peligros. Desde el ciberacoso, cuya raíz se encuentra en el relativismo que no distingue entre el bien y el mal, hasta la pederastia o la trata de personas.
No son pocas las niñas de edades comprendidas entre los 12 y los 14 años que exhiben sus cuerpecitos en bikini en redes como Instagram o Snapchat, que participan con usuarios desconocidos en conversaciones cuyo contenido son incapaces de comprender, Niños y niñas que por querer ser populares –en España el niño que destaca, que estudia, que se porta bien, es machacado- acaban colocándose en la diana de algún pervertido.
¿Cómo proteger a nuestros adolescentes frente a estos peligros? Como en casi todo, la clave no está, que también aunque debido a la velocidad con que avanzan las Nuevas Tecnologías de poco sirven, en dictar normas. Lo importante es establecer una relación de confianza con el menor, para que comunique cualquier suceso que pueda estar alterando su vida. Ello exige una gran apertura mental en relación con las redes por parte de los padres, esos inmigrantes digitales, que no recuerdan que el mal existía antes de las redes. Sin desdeñar, por supuesto, la constante vigilancia del menor, además de la transmisión de unos principios que esta sociedad colectivista y nihilista rechaza y una educación en el buen uso de las redes sociales. Se puede.
Publicado originalmente en La Gaceta