Corría el año 2010 cuando llegó a mis manos, a través de la institución educativa SEK, un texto de Mark Prensky (el inventor en 2001 del término «nativo digital») que me parece aún está de rabiosa actualidad. En él se establecían las diferencias básicas entre los nativos y los inmigrantes digitales.
Vale, con el paso del tiempo se han podido añadir experiencias ciertas, como que el nativo digital en realidad sabe menos de cosas como programación que el inmigrante (bueno, es que nadie nace aprendido), pero Prensky tenía razón. Los nativos no es que piensen otra cosa, es que PIENSAN DE FORMA DIFERENTE. Perciben la misma información de otra manera.
Prensky establecía algunas de las diferencias entre nativos e inmigrantes digitales como las siguientes (repito, ya en 2010):
- Los nativos quieren recibir información ágil e inmediata
- Los nativos se sienten atraídos por la multitarea y procesos paralelos (o sea, que los hombres nativos digitales, chicas, hacen varias cosas a la vez)
- Los nativos prefieren los gráficos a los textos. Ni te cuento en la prensa digital, donde el audiovisual ya es todo (y va a ir a más)
- Los nativos se inclinan por accesos al azar y trabajan mejor en equipo y en r
Lo cierto es que la tecnología ha creado una brecha difícilmente salvable. Piensen en esa «cosa» llamada neuroplasticidad, que ha dejado ya más que sentado que nuestro cerebro cambia a través de la experiencia, de lo que vivimos. Vamos, que nuestro cerebro va evolucionando a partir de los inputs que recibimos. Imaginen ahora qué puede tener que ver la cabecita de nuestros padres con la de nuestros hijos. Quizá ese chico que saca malas notas no es que no se concentre, es que no le interesa nada cómo le están contando las cosas.
Evolución pura y dura.
Es fascinante. Y decían que iba a desaparecer el pulgar… je.