
La misma ministra que ha acusado al partido Vox de ejercer violencia política por recordarle en sede parlamentaria quién es su pareja, algo, por otra parte, sabido por toda España y que sin duda estuvo fuera de lugar porque permitió a la ministra responsable de la ley que está poniendo en la calle a violadores y pederastas o rebajando sus penas victimizarse, acusó a vuelta de correo al Partido Popular de fomentar la cultura de la violación. Sin ruborizarse. Sin percatarse de la burrada que acababa de soltar. O quizás sí. Le sonaría el concepto y ella no tiene remilgos ni escrúpulos, que para eso es comunista.
Montero debe de dimitir o ser cesada de inmediato. En primer lugar, por la antijurídica norma conocida como del “solo sí es sí” que está revictimizando a las mujeres y niños que han sufrido agresiones sexuales al tiempo que ha causado una enorme alarma social, y, en segundo lugar, por la barbaridad proferida contra el principal partido de la oposición, que la hace indigna de presidir tan siquiera la Comunidad de Propietarios de la urbanización de lujo en la cual reside en Galapagar.
Yolanda Díaz, la gran enemiga de Pablo Iglesias porque así lo ha decidido el señor que pensaba que lo iba a ser todo y actualmente tiene un podcast, afirmó que Montero se había referido a un concepto académico. Chulísima, señora vicepresidenta. Vamos a ver si es cierto.
Lo cierto es que la expresión “cultura de la violación” fue acuñada por el feminismo socialista norteamericano, por influencia de mayo del 68 y durante la segunda ola feminista, en los años setenta del pasado siglo XX. Se refiere a mensajes o comportamientos dirigidos a reforzar estereotipos heteropatriarcales. Por ejemplo, el “la azotaría hasta que sangrase” del que de verdad manda en Podemos dirigido a la periodista Mariló Montero. O al “chúpame la Minga, Dominga” del inefable Echenique.
El antónimo de la cultura de la violación, siempre según la definición del feminismo identitario, es la cultura consensual, es decir, la cultura del consentimiento expreso, sobre la que se sostiene precisamente teóricamente la norma de Montero, que, como siempre sucede con el socialismo, está llena de buenas intenciones y malos resultados. Montero lo que tiene es una enorme empanada mental propia de quien no estudia ni reflexiona. No es la única. Así está la izquierda, que ministras del gobierno de Sánchez se manifiestan contra otra ministra del gobierno de Sánchez en una manifestación una de cuyas pancartas principales rezaba “Irene Montero, dimisión”.
Fue la profesora y activista feminista radical Kate Millet (“Políticas sexuales”, Ed. Cátedra, 1995) quien sostuvo en los años setenta que el patriarcado se reafirma a través de la posición social, el comportamiento y el rol masculino, generando así diferencias entre los géneros (un constructo cultural), permitiendo al género dominante ejercer dominación sobre el otro sin obtener una respuesta proporcionada punitiva por ello. La filósofa española Celia Amorós, por su parte, decía que las mujeres o son putas o santas según la cultura heteropatriarcal.
Conocido lo cual no se explica qué hace Montero, partidaria de la llamada Ley Trans, y por tanto negacionista del género y el sexo y defensora del sexo sentido, utilizando tal expresión en sentido académico. Montero es partidaria de una ley que niega la ciencia, la biología y el propio feminismo de Kate Millet y de la segunda y tercera ola feminista. Así que Yolanda Díaz nos la ha intentado colar. No diré que me sorprende. La chulísima vicepresidenta, más que Sumar, divide.
Pero, ojo, es un hecho que Podemos es el único partido que no suscribió en su día el Pacto de Estado contra la violencia sobre las mujeres. Se abstuvo. Hoy encabeza una ley que está poniendo a delincuentes sexuales en la calle. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
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